FOTO. ERZBERGER (CENTRO), DURANTE UNA VISITA EN SPA, JUNTO AL GENERAL HAMMERSTEIN
Allí fue donde le sorprendió el movimiento revolucionario de los marineros y la difusión de los Rat durante la primera semana de noviembre, los consejos de soldados y obreros. Los soldados de las guarniciones elegían sus delegados, las autoridades militares cedían y compartían las atribuciones, y las autoridades civiles, a regañadientes o temiendo un baño de sangre si se ofrecía resistencia, reconocían la nueva soberanía.
Los Rat tenían métodos de elección poco electorales o representativos. Simplemente una masa de obreros o de soldados de retaguardia aclamaban a sus compañeros más prestigiosos o elocuentes en locales grandes o en espacios abiertos, plazas, etc.
El 5 de noviembre Max confirmó las medidas de Noske en Kiel y en el norte, dándoles sanción legal y proporcionando otra baza a los socialdemócratas.
Entre el 4 y el 10 de noviembre los revolucionarios, envalentonados por la falta de oposición fueron ocupando ayuntamientos, estaciones de tren, comandancias militares y periódicos, con poca o nula resistencia por parte de las autoridades civiles y militares que seguían la consigna del gobierno Max y de los partidos que lo sostenían de evitar choques y derramamiento de sangre. Liberaron a los presos, como la bolchevique Rosa Luxemburgo y a otros disidentes. Karl Liebknecht, otro de los miembros del USPD, había sido liberado ya el 23 de octubre bajo los auspicios del gobierno Max. Era la plasmación de la “República de los Consejos”, según la bautizaban sus partidarios.
El SPD dio el visto bueno a todos estos actos, tal vez para anticiparse a los simpatizantes bolcheviques, y poder controlar el movimiento en su provecho.
FOTO. EL GENERAL GROENER
Entretanto, el general Groener había regresado precipitadamente a Berlín con un informe alarmante de la situación militar, exigiendo un armisticio inmediato sin importar las condiciones, incluso contra los deseos del príncipe Max de intentar negociarlo un poco más de tiempo. Groener asumió un papel político reuniéndose con los líderes sindicales socialistas, imponiéndole al canciller una comisión de armisticio dirigida por Erzberger que debía acudir ante el mariscal Foch.
El 6 de noviembre llegó el
comunicado de Wilson, informando que Foch, como jefe supremo de las
fuerzas Aliadas, estaba dispuesto a recibir a una delegación en su
Cuartel General en Compiegne. Apresurádamente la delegación partió
aquella misma tarde dirigida por Erzberger. Al mismo tiempo Ebert,
jefe del SPD, dio a Groener indicaciones para que el káiser
abdicase, con el pretexto de que así se podría salvar la
institución de la monarquía frente a las masas azuzadas por los
revolucionarios izquierdistas ( aunque omitió recordar que parte de
los ponentes y activistas eran subordinados del propio Ebert)
El viernes 8 de noviembre,
junto a los agregados militares que se les habían incorporado al
pasar por Spa, la delegación de Erzberger se presentó ante Foch. En
realidad no había propuestas que tratar. Foch simplemente puso ante
la delegación alemana una lista de condiciones elaboradas por las
autoridades de los países Aliados, en forma de ultimatum con tres
días de plazo. Era una capitulación simple y llana, pero la
delegación, en su entreguismo, tampoco estaba dispuesta a levantar
la voz y solo trató de suavizar algunas condiciones menores.
Estas circunstancias caóticas respaldarían más tarde la interpretación de que Alemania se había venido abajo a consecuencia de los manejos de elementos subversivos internos, esencialmente socialistas, bolcheviques y judíos, implicados en una campaña internacionalista traidora. Fue la teoría de la "puñalada por la espalda" que sería manejada por Hindenburg y otros nacionalistas.
Estas circunstancias caóticas respaldarían más tarde la interpretación de que Alemania se había venido abajo a consecuencia de los manejos de elementos subversivos internos, esencialmente socialistas, bolcheviques y judíos, implicados en una campaña internacionalista traidora. Fue la teoría de la "puñalada por la espalda" que sería manejada por Hindenburg y otros nacionalistas.
Ahora la cuestión crucial
era la actitud que tomaría el ejército del frente Occidental, que
aún no estaba subordinado a los políticos de Berlín y de los Rats
de la Alemania metropolitana. El káiser pensaba que su retorno al
país calmaría la situación y que sostendría al régimen. En
cambio, el canciller Max y Groener pensaban que la presencia del
káiser era el último obstáculo para obtener el armisticio, por
draconiano que fuera, y para intentar mantener la disciplina en las
ciudades. Sostuvieron esa tesis ante el resto del gobierno de manera abierta, y
de manera más encubierta ante los militares en Spa.
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