4.6.20

LA CAÍDA DE ALEMANIA: LA HUÍDA DEL KÁISER Y EL ARMISTICIO

Convocados en Spa 39 jefes con responsabilidad sobre grandes unidades o áreas del servicio, se planteó más o menos el siguiente dilema: ¿ luchar violentamente contra la “revolución” preservando el ordenamiento del Reich y la figura del Guillermo II , o permanecer pasivos evitando un enfrentamiento interno? El jefe del departamento de operaciones Heye, preguntó con más claridad. La respuesta fue que había que eludir la confrontación civil por encima de todo.

Hindenburg y Groener indicaron al káiser que el ejército ya no le respaldaba. Según una frase que el coronel Heye habría dirigido a Guillermo II, “ El ejército puede regresar a la patria bajo el mando de sus oficiales. Si Vuestra Majestad quiere ponerse al frente de sus soldados, puede hacerlo y será bien recibido, pero el ejército no combatirá ni dentro ni fuera de Alemania”.

Ese mismo 9 de noviembre  las cosas también se precipitaron en Berlín con demostraciones en fábricas y calles. Por contacto telefónico con la cancillería  el káiser se mostraba dispuesto a abdicar como emperador, pero deseaba conservar el título de rey de Prusia. De hecho, el canciller Max, antes de que la decisión fuese firme, anunció la abdicación y la preparación de una regencia. El comandante de la guarnición de Berlín, Von Linsingen, dio la orden de no disparar, ni siquiera para proteger edificios públicos.

Ebert irrumpió en la cancillería exigiendo formar gobierno, apoyado por una resolución de su partido. El príncipe Max aceptó instantáneamente, aunque el acto rompía el último y tenue hilo de legalidad. El príncipe abandonó inmediatamente la capital, pero todos sus ministros fueron confirmados por Ebert, el nuevo canciller. Al atardecer, Schedeimann proclamó desde una ventana del Reichstag ante una congregación de público la República Alemana, aunque Ebert le reprochó que no hubiera aguardado a la celebración de la esperada Asamblea Constituyente, cuyas elecciones se harían en breve. Más o menos a la misma hora, en el ahora desierto Palacio Real, Liebknecht y unos cuantos partidarios proclamaban la República Socialista Libre.

A más de mil kilómetros, en Spa, en aquel momento el káiser firmaba su abdicación como emperador (aunque siguió resistiéndose a abandonar el título de monarca de Prusia). Hindenburg, preocupado por su seguridad y la actitud que tomarían los socialistas y los Aliados, sugirió que marchase a la cercana y neutral Holanda. A las cinco de la tarde Guillermo II se despidió de los presentes, excepto del general Groener (que de manera sospechosa seguía defendiendo que Guillermo II permaneciese con el ejército  y que el exilio no era necesario). Finalmente, tras algunos preparativos y consultas, el tren del antiguo emperador emprendió la marcha a Holanda a las cinco de la mañana del 10 de noviembre. El II Reich se había desvanecido en las nieblas de la Historia.


FOTO. EL KÁISER GUILLERMO II (  X BLANCA) EN LA ESTACIÓN HOLANDESA DE EIJSDEN EL 10 DE NOVIEMBRE DE 1918

El ambiente político y social de Berlín estaba en plena ebullición. Un centenar de adictos protobolcheviques dentro de las grandes empresas de la capital,  que habían incitado las huelgas en las fábricas de municiones del pasado mes de enero, irrumpieron en el Reichstag la noche del 9 al 10 dirigidos por Emil Barth y Richard Muller, y aprobaron unilateralmente convocar una reunión de delegados de los Rats berlineses en el Circo Busch para el día siguiente, para nombrar un “Consejo de los Comisarios del Pueblo”. Ebert decidió seguirles la corriente y ganarles por la mano. Podía obtener una segunda legitimación, aparte de su cargo de canciller del extinto régimen. Sabía además que el SPD tenía implantación suficiente como para superar a los sindicalistas protobolcheviques ( germen de los posteriores espartaquistas ) así como a figuras aisladas como Liebknecht.

El armisticio lo daban todos por descontado, y la noche del 10 al 11 de noviembre se le envió un telegrama a Erzberger en el que se le autorizaba a firmarlo, sin necesidad de nuevas negociaciones, para estupor del propio plenipotenciario, que había intentado conseguir unas condiciones menos severas en los encuentros de los días anteriores.

Durante la sesión en el circo se reunieron 2.000 delegados. Conscientes de que no iban a poder dominar el nuevo “Consejo de Comisarios” debido a la mayoría de delegados del SPD presentes, sobre todo los de extracción militar, Barth intentó deslizar la creación en paralelo “Consejo ejecutivo de soldados y trabajadores”, pero de nuevo el SPD neutralizó la jugada imponiendo la paridad entre sus componentes.


Finalmente se ratificó al acabar la sesión al “Consejo de los comisarios del Pueblo” que coincidía con el gobierno previo de Ebert, más tres comisarios-ministros del USPD. Esa misma noche recibió Ebert una llamada telefónica desde Spa. Era el general Groener, que se ponía a su entera disposición, pidiéndole a cambio que contuviera a los protobolcheviques y los Rats y mantuviera el orden.

Pero el mundo no estaba pendiente ya de los sucesos Berlín, ni siquiera de Alemania, tampoco sobre ninguna de las Potencias Centrales en procesos de desintegración. Aún menos en las crueles luchas revolucionarias en las ruinas del difunto imperio ruso. Sino en esa pequeña localidad francesa de Compiegne ya mencionada, donde había acudido la delegación perdedora a ponerse a merced de los vencedores.

Las condiciones del armisticio aceptadas por el gobierno Ebert suponían una rendición en la práctica, porque dejaban a Alemania abierta a cualquier acción de los Aliados. Se contemplaba la evacuación de todo territorio ocupado, incluyendo el mencionado en Brest-Litovsk, y de Alsacia-Lorena. Debía entregarse 5.000 cañones y morteros, y 30.000 ametralladoras, despojando así de armamento pesado al ejército germano. Los prisioneros de los países Aliados debían ser liberados unilaterálmente.  Unas 5.000 locomotoras tenían que ser puestas a disposición. Debía evacuarse el territorio alemán al oeste del Rhin, dejando tres cabezas de puente en la margen oriental del río. La Marina debía entregar los submarinos y buques de guerra en puertos designados por los Aliados. El bloqueo marítimo se mantenía, agravando aún más la penuria alimenticia. 

Eran mucho más duras que las propuestas por Wilson inicialmente, pero el revanchismo francés de Clemenceau y Poincare  había elevado el listón. Por otro lado, es posible que  el miedo a la bolchevización que empezaba a rondar a Foch frenara alguna de las demandas más extremas.



FOTO. LA DELEGACIÓN ALIADA EN LA FIRMA DEL ARMISTICIO. FOCH, EL SEGUNDO POR LA DERECHA CON ABRIGO Y CARTERA. WEMYSS, EL PLENIPOTENCIARIO BRITÁNICO,  TERCERO POR LA DERECHA JUNTO A FOCH.

El armisticio entró en vigor según lo estipulado a las 11.00 horas del día 11 del mes de noviembre, el undécimo del año.

Después de inmensos sacrificios, la Gran Guerra, la Guerra Mundial había terminado. Solo sería la Primera. En un hospital de Pasewalk, en Pomerania, se enencontraba el cabo Adolf Hitler recuperándose de un gaseamiento. En ese momento solo uno de los millones de hombres que habían servido en filas durante aquellos años y que se enfrentaba a un futuro incierto. Pero consideraba que el desafío no había terminado realmente. De momento, como él mismo escribió "sin nombre, yo no reunía las condiciones para poder ejercer una acción útil". 

Eso cambiaría algunos años más tarde.

El impulso que la guerra había dado a las masas a la búsqueda de participación, autoestima y nivel de vida ¿ hacia donde se orientaría?