19.5.19

INCERTIDUMBRE Y DESESPERACIÓN EN BERLÍN: EL GOBIERNO DEL PRÍNCIPE MAX VON BADEN

La conferencia del OHL celebrada el 1 de octubre de 1918 es una de las reuniones más trascendentales de la Primera Guerra Mundial. Aunque hay ciertas contradicciones en los testimonios de los presentes, parecer ser que un demacrado Ludendorff explicó que la guerra no podía ganarse, y que una derrota final e inevitable estaba próxima. El día anterior había ordenado preparar una retirada a la línea defensiva entre Amberes y el Mosa, pero cuya construcción no había sido emprendida seriamente.

Algunos de los presentes lo interpretaron como el preludio a una retirada hasta la frontera alemana. Según la versión de W. Heye, coronel general y último responsable de operaciones del OHL durante el conflicto, Ludendorff habría pintado un visión del ejército alemán acosado por los Aliados y minado por una venenosa propaganda comunista y socialista. El único modo de evitar una revolucion era negociar un armisticio lo antes posible en base al programa de los 14 puntos de Wilson.

Según la versión del  coronel Albrecht von Thaer, otro de los oficiales del OHL: “mientras Ludendorff hablaba escuchaba sollozos ahogados y suspiros, las lágrimas se deslizaban por las mejillas de los presentes”. En cambio. Hindenburg dio un contrapunto a las valoraciones pesimistas: “La situación es seria pero también temporal (…) estoy completamente convencido de que Alemania con la ayuda de Dios saldrá de este difícil periodo”.

Pero la opinión de Ludendorff era determinante. Envió telegramas al canciller Von Hertling y al ministro de exteriores Von Hintze (ocupaba el cargo desde julio) afirmando que “el ejército no puede esperar otras 48 horas, un desplome de consecuencias desastrosas es posible en cualquier instante”.

El káiser y Hertling, con la asistencia de Hintze y el vicecanciller Payer urdieron velozmente un nuevo gobierno de coalición. Ese mismo día el príncipe Max von Baden, un primo de Guillermo II, fue propuesto para sustituir al saliente Hertling. Maduro y algo achacoso este aristócrata sureño tenía reputación de detallista y de ideas humanitarias ( se había opuesto públicamente a la guerra submarina sin restricciones en 1917).


                               FOTO. EL PRÍNCIPE MAX VON BADEN. A SU IZQUIERDA, EL VICECANCILLER  PAYER.

Max von Baden no tenía el respaldo de los oficiales del Heer y era despreciado por el jefe del gabinete militar del káiser, el general Von Marschall. En cambio era bien visto en los ambiente civiles de tono liberal.

El nuevo canciller tuvo que enfrentarse a decisiones cruciales desde el primer momento. Prefería diferir la petición de un armisticio, pensando que era mejor que el gobierno de coalición emprendiera cambios en la ley electoral que dieran más legitimidad al régimen y evitaran el riesgo de una revolución. Coincidía con  Hintze que enviar la solicitud de un armisticio inmediato sería interpretado por los Aliados como un signo de evidente fragilidad.

El mariscal  Hindenburg viajó a Berlín para seguir en contacto con el káiser y tratar el delicado asunto personalmente. También el comandante Von Bussche se trasladó a la capital el día 2 de octubre con el encargo de explicar el giro de los acontecimientos a los líderes de los partidos.

Durante el subsiguiente consejo imperial Hindenburg expuso a los presentes que el ejército podía proteger la frontera alemana hasta  principios de 1919, pero reiteró las demandas del OHL para un armisticio lo antes posible puesto que no se podía garantizar el frente en caso de una renovada ofensiva del adversario.

El príncipe Max von Baden expresó nuevamente su preferencia por retrasar la petición. Ahora fue el káiser el que respondió que no había que poner palos en las ruedas a las peticiones del OHL. El príncipe inquirió porqué el Alto Mando no declaraba una capitulación. No recibió entonces una respuesta concreta, pero recibió el 3 de octubre de Hindenburg con estas líneas: “Es deseable en estas circunstancias interrumpir la lucha con el fin de preservar al pueblo alemán y sus socios de sacrificios inútiles. Cada día desperdiciado cuesta las vidas de miles de bravos soldados”. Peor había sido todavía el entendimiento con los líderes de los partidos políticos. Von der Bussche apostilló a sus interlocutores: “ El Alto Mando había visto oportuno proponer a su Majestad que una tentativa para interrumpir la lucha (…) Incluso 24 horas pueden empeorar las cosas y conducir al enemigo a descubrir nuestra verdadera debilidad”. Lógicamente, el revuelo entre los políticos fue considerable, por decirlo suavemente.

Max von Baden juró su cargo el 3 de octubre, incluyendo a los socialdemócratas en su gobierno, entre ellos a Scheidemann como secretario de estado, o el católico Ezberger, un paso impensable solo unos semanas atrás. Esa misma noche una  nota fue enviada al gobierno de Estados Unidos solicitando al presidente Wilson un armisticio rápido que debía dar paso a conversaciones de paz sobre la base del programa de los 14 puntos. 

Existe bastante confusión sobre como interpretaban Ludendorff y Hindenburg ese programa, o cuales eran sus intenciones reales. Algunos historiadores han pensado que trataban de endosar maliciosamente la responsabilidad de la derrota en ciernes al nuevo gobierno civil, desentendiéndose de su propia responsabilidad. Otros estudiosos opinan en cambio que simplemente desconocían el explosivo alcance político del contenido y las implicaciones últimas que tendría para el II Reich acatar los 14 puntos. Resulta revelador que ni siquiera el flamante canciller estuviera al tanto del discurso de Wilson dos meses antes cuando hizo un llamamiento para eliminar “cualquier poder arbitrario (…) que pudiera perturbar la paz del mundo”, en clara alusión al Imperio Alemán.

Otro problema latente pero en aumento era que, inevitablemente, todo este debate en el seno de los círculos gobernantes de Berlín se estaba filtrando lentamente, y no podía por menos que debilitar la moral de la población de la población civil y de las fuerzas armadas alemanas, al generar una perdida de confianza y credibilidad respecto a las instituciones vigentes.

La réplica de Washington llegó el 9 de octubre, justo cuando la Línea Hindenburg (Sigfrido) había sido quebrantada entre San Quintín y Cambrai. Cuando el canciller volvió a entrevistarse con la cúpula del OHL le esperaba otra sorpresa. Ludendorff parecía reanimado, describiendo un cuadro de situación más optimista que al comienzo del mes. Aconsejaba rechazar la oferta yanqui si era demasiado onerosa. En efecto, la respuesta primero pedía garantías de que el gobierno de Baden representaba realmente la voluntad del Reich. Si así fuera, Berlín debía aceptar sin condiciones los 14 puntos. Y para demostrarlo debía evacuar todos los territorios ocupados en el Oeste. Nada más y nada menos.

Muchos de los miembros del gobierno coincidían con la opinión del Alto Mando. Un armisticio no significaba necesariamente el final del conflicto. El ejército  podía retirarse a la frontera alemana y combatir luego si fuera preciso. El  influyente industrial judío y asesor del gobierno, Walther Rathenau, opinaba que había que dar por finalizadas las negociaciones con Wilson y en su lugar llamar a  “la nación en armas” como medida de emergencia. Pero Ludendorff temía que este llamamiento causase más alteraciones en un momento tan delicado.

En una carta a su esposa Hindenburg explicaba su punto de vista: “ El armisticio es militarmente necesario para nosotros (…) pronto estaremos al final de nuestra potencia. Si la paz no llega, al menos tendremos que distanciarnos de nuestros enemigos, recuperarnos y ganar tiempo. Entonces tendremos  más capacidad para luchar que ahora, si fuera necesario. Pero yo no creo que tras dos o tres meses ningún país tendrá el deseo todavía de empezar a luchar de nuevo”.

Entre los Aliados estas convulsiones internas de sus enemigos, gracias a la diplomacia y a las labores de inteligencia y espionaje, no pasaron desapercibidas. El 10 de octubre Foch había establecido de acuerdo con Haig  las condiciones mínimas para el posible armisticio. Debían ser la evacuación alemana de Bélgica, el norte de Francia, y Alsacia-Lorena; el equipamiento militar entregado y la margen occidental del Rhin pasar bajo administración de los Aliados junto con cabezas de puente en la margen oriental. Haig señaló que estas exigencias equivaldrían a pedir una rendición incondicional, y que podría exasperar a los alemanes, pero Foch opinaba que la situación interna de Alemania era tan complicada que unos términos más moderados no serían necesarios, y que mostrar rigidez en las condiciones aumentaría todavía más la presión sobre los círculos políticos de Berlín.


El 12 de octubre el príncipe Max remitió su contestación a Washington, reafirmado su autoridad plena. La segunda nota de Wilson el 14 de octubre, en parte bajo el impacto del hundimiento del transporte Leinster y las bajas entre el pasaje, insistía en la exigencia de la evacuación de los territorios ocupados ( incluyendo Alsacia-Lorena, cuando en el diálogo inicial entre Washington y Berlín se había dado a entender que aún podría ser mantenida por los alemanes ), el final de la campaña submarina, y garantías de cambios en el sistema político germano, una indirecta que el káiser comprendió perfectamente. Guillermo II calificó la carta de estupidez frívola. En cambio el canciller, según sus memorias, estaba cada vez más confundido al sentir que su política no contaba con una fuerza militar firme que respaldase sus pasos.


Antes de la nueva reunión del consejo de ministros, Ludendorff explicó que a pesar del retroceso en Flandes y la inminente caída de Lila, el ejército podía llevar a cabo una retirada planificada. Pero se negó a que otros jefes de ejércitos expresaran su opinión públicamente.

Cuando la reunión tuvo lugar el 17 de octubre, Ludendorff  explicó a los asistentes que los cambios de fortuna podían favorecer de nuevo al ejército nacional, que serían  necesarios 100.000 reemplazos mensuales de hombres; la presión Aliada había disminuido hasta el punto que una ruptura de la línea era “posible pero no probable (…) no la temo” y consideraban que la afluencia de más refuerzos levantaría la moral de las tropas. De hecho, durante esas semanas se expidieron notificaciones de reclutamiento a los jóvenes de 17 años.

En la ronda de preguntas, el ministro de la Guerra le inquirió sobre el potencial norteamericano. El ministro socialista  A. Gröber paso a interrogarle venenósamente sobre las bajas raciones alimenticias y las diferencias de rancho respecto a las que consumía el Alto Estado Mayor. El otro mandatario socialista del nuevo gobierno,  Scheidemann, objetó que el reforzamiento con varios cientos de miles de hombres no mejoraría el espíritu marcial. Ludendorff solicitó al ministro que hiciera algo por elevar la moral de las masas populares, a lo que Scheidemann respondió que esas masas estaban desilusionadas y hambrientas. Citó específicamente el desabastecimiento de cereales, de grasas, y el de patatas por debajo del umbral crítico.


El canciller Max planteó el tema del efecto de los abundantes carros de combate enemigos. Ludendorff dijo al respecto: “ Espero, cuando nuestra infantería se haya recobrado de nuevo que el pánico al tanque, que fue superado anteriormente, y había regresado, sería conjurado una vez más (...) en cuanto la moral de las tropas se recupere, algunas formaciones de Jäger (cazadores) y los granaderos de la Guardia, practiquen el fuego antitanque como si fuera un ejercicio habitual"

También expuso sus argumentos la Kaiserliche Marine, por boca del almirante Scheer. Consideraba un grave error ceder a las exigencias de suspender la guerra submarina. Esperaba que la presión sobre Italia y los EE.UU causaría cierto impacto. Deslizó una buena noticia: había acumuladas reservas de petróleo para ocho meses de operaciones.