28.7.13

ESTABILIZACIÓN EN MACEDONIA



Para los estrategas alemanes una ofensiva resolutiva contra Salónica en 1917 habría supuesto una tarea absorbente en el extremo de una línea de comunicaciones larga e inadecuada. Además hubiera despertado las diferencias latentes entre Austria-Hungría, Bulgaria y Turquía respecto al futuro de Macedonia.

La postura  alemana respecto a la actitud contemporizadora  a seguir en el frente macedonio puede colegirse de las opiniones de Hindenburg:

Debo mencionar también otros dos planes de los que debimos ocuparnos en el invierno de 1916-17 (…)respecto al ataque en Macedonia  contra  las tropas de la Entente. Bulgaria acariciaba este plan con todo fervor (…) Bulgaria quedaría casi liberada tanto política como militarmente y la empresa respondía también a los más ardientes deseos del país y de su gobierno. (…) el desembarazo militar de Bulgaria no significaba ninguna ventaja para nuestra situación general, según el criterio que entonces tenía formado. Si se hubiera obligado a las tropas que sostenían a la Entente en Macedonia a abandonar esta ciudad [ Salónica]  se habrían enfrentado a nosotros en el frente occidental. Y me parecía muy problemático emplear en alguna parte a las fuerzas búlgaras que quedaran libres en los Balcanes. El empleo de las divisiones búlgaras durante las operaciones en Rumanía al norte del Danubio, fuera de las comarcas que no representaban ningún interés inmediato para los búlgaros, había ocasionado desagradables disputas. 


En mi opinión, el mayor rendimiento de los soldados búlgaros se podía obtener si estos se dedicaban a entretener a las fuerzas de la Entente en Macedonia

Los Aliados estaban comprometidos sentimentalmente con la causa de Servia, origen ( aparente ) de todo el conflicto mundial. Necesitaban liberar a su aliada de la ocupación y de hostigar a los socios balcánicos de Alemania. Por ello su contingente en la zona a mediados de año ya ascendía a la apreciable fuerza de 600.000 soldados que conformaban una tropa heterogénea con presencia principalmente servia, francesa, inglesa, y mas testimonial de rusos e italianos. Los griegos, sobre cuyo territorio se asentaban las bases y posiciones clave de los Aliados ( empezando por la crucial del puerto de Salónica ) finalmente se decantaron por la Entente, después de que las amenazas y presiones de Inglaterra  resolvieran la ambigüedad griega que se  venía arrastrando desde 1915. Este proceso concluyó con la toma de control de Atenas, la abdicación el 12  junio del rey Constantino I, progermano, que fue sucedido por su hijo Alejandro, y el afianzamiento en todo el país del gobierno provisional de  Venizelos, un completo títere de los Aliados. Grecia declaró oficialmente la guerra a Berlín y Viena el 29 de junio. En consecuencia las tropas griegas entonces pasaro a  alinearse masivamente junto al  ejército expedicionario mandado por Maurice Sarrail. 

No obstante, finalmente ambos bandos permanecieron a la expectativa, concentrando sus esfuerzos prinicpales en otros frentes. Es cierto que Sarrail organizó varios asaltos, el 24 de abril  protagonizado por los británicos en torno a las colinas del lago Doiran, repetido el 8 de mayo en forma de ataque nocturno rechazado por la artillería búlgara con ayuda de reflectores. Apoyándolo, al día siguiente, se movieron en torno a Monastir los franceses, servios, italianos y rusos, que  no consiguieron asentarse en la  línea de cumbres, sobre todo por la acción expeditiva de la artillería pesada alemana que secundaba a los búlgaros. Sus pérdidas hacia el día 23 de mayo, cuando se suspendió el futil asalto, ascendieron a 14.000 hombres.

 En verano, los británicos evacuaron el valle del Strumma para evitar los efectos indeseados de la plaga de mosquitos, manteniendo solo unas pocas cabezas de puentebpara hostigar a los búlgaros. Como se puede comprobar, los afanes de los hombres de Sarrail  fueron totalmente baldíos. 

Es interesante comprobar como entre las tropas rusas, desplegadas en un punto relativamente aislado respecto a su propio país, se propagaban los efectos desmoralizadores de la revolución de marzo. El general Dietrichs, jefe de la fuerza expedicionaria rusa comentaba después del fracaso de Monastir en mayo : " Los últimos acontecimientos de Rusia aumentaron la lentitud y la incertidumbre de la comunicación postal y para lo único que sirven los diversos rumores  y el chismorreo ocasional, que llegaban a las trincheras  desde la retaguardia y que difundían unos cuantos inútiles, es para poner a los hombres más nerviosos, preocupándolos y paralizando su voluntad"

El sector balcánico permanecería más o menos estable hasta finales del verano de 1918, pero la fermentación política continó durante este periodo: el 20 de julio de 1917 representantes exiliados procedentes de Servia y de las provincias meridionales austrohúngaras  firmaban el pacto de Corfú, un manifiesto para crear un estado que agrupara a los eslavos del sur, encabezado por la monarquía servia.  Tampoco Sarrail conservaría hasta el final su puesto de mando en Grecia; en diciembre de 1917 fue destituido por el irrascible Clemenceau y sustituido por el general M. Guillaumat.

22.7.13

LA DEFENESTRACIÓN DE BETHMANN-HOLLWEG: AFIANZAMIENTO DE LUDENDORFF






La entrada en guerra de los EE.UU en abril de 1917, lejos de amedrentar a los alemanes,  hizo  que el OHL y el grueso de los políticos del Reichstag se reafirmasen todavía más en la creencia de que sus ambiciosos objetivos de guerra solo podrían ser obtenidos con una plena victoria militar. Y además se esperaba que la decisión no se retrasase más allá del mes de julio. Eran varias las razones de ese optimismo entre los dirigentes germanos:
* Las espectaculares cifras de hundimientos de mercantes aliados conseguidas por los U-boote
* La estabilidad del frente occidental gracias a las victorias defensivas ( Arras, y sobre todo, el Camino de las Damas )
  Fragilidad de la Rusia del Gobierno Provisional

Ese espíritu de expectativa de triunfo era detectable en muchas de las declaraciones y charlas de los jefes berlineses. Por ejemplo, el almirante Capelle proclamaba ante el Reichstag “ estoy completamente y firmemente convencido de que la guerra terminará en octubre”. Por su parte Ludendorff, en conversaciones con el ex - embajador en EE.UU, conde Bernstorff le había comunicado que “ había recibido información concluyente de que Inglaterra solo podía proseguir la guerra por tres meses, y esto, a cuenta de la escasez de las existencias alimentarias”. Guillermo II explicó durante una cena “ el general Ludendorff me ha informado de que la ofensiva de  primavera enemiga en Arras, el Aisne y en Champaña ha sido neutralizada. Hemos obtenido un éxito incomparable”. Hindenburg confió a Bethmann-Hollweg  dando por descontada la paz venidera que Alemania debería “prepararse tan pronto como sea posible para la próxima guerra defensiva, que inevitablemente debe ser considerada una vez que la paz se establezca” Así, Hindenburg no solo daba por segura la cercana firma de la paz, sino que hasta la interpretaba como una tregua inestable de cara a un posterior conflicto, como había sucedido con la paz de Amiens de 1803.

El canciller aportaba su grano de arena a este ambiente expectante cuando habló ante el Reichstag a mediados de mayo: “ La situación militar de Alemania nunca ha sido más favorable”.  Pero en Austria-Hungría la solicitud de paz tenía un cariz más angustioso, debido al malestar interno y la desaparición del elemento capital de estabilidad, el difunto emperador Francisco José.  El conde Czernin, ministro de Exteriores austrohúngaro desde diciembre de 1916, demandaba una “paz con honor” basada en el mantenimiento del equilibrio, que chocaba con los planes de Ludendorff para crear un área de influencia en “Ostland”, los territorios ganados en el Báltico y Polonia. De hecho la ansiedad austrohúngara era tal que el nuevo emperador Carlos se había atrevido secretamente a sondear a través de su cuñando Sixto de Borbón a Italia para encontrar una paz por separado.

La burbuja eufórica en Alemania pinchó  a finales de la primavera. La cifra de hundimientos de la campaña submarina empezó a vacilar ante la adopción del sistema de convoyes y otras contramedidas de protección por los Aliados. Otro factor discordante fueron las dificultades surgidas en el anhelado aprovisionamiento de cereales procedente de la ocupada Rumania, a causa de los problemas ferroviarios y las corruptelas locales. Polonia fue otra quebradero de cabeza, puesto que la proclamación del reino de Polonia no fue acompañada de la esperada colaboración de la población, muy lejos de las previsiones del gobernador Beseler que había pronosticado que sería una importante cantera de tropas.  Hindenburg lo recordaba así:  Poco tiempo después, el gobernador de Varsovia, que no dependía oficialmente de mí, solicitaba en nombre de nuestro gobierno la proclamación de la monarquía polaca, una cuestión que según él no era posible aplazar por más tiempo. Presentó el dilema de elegir entre las dificultades que podrían sobrevenir en el territorio y la perspectiva de un refuerzo seguro de las unidades combatientes con unidades polacas; unidades que en la primavera de 1917 consistían por reclutamiento voluntario, en 5 divisiones perfectamente instruidas, pero que por reemplazo obligatorio, habrían de llegar a sumar un millón de soldados (…) finalmente, la solución del problema se debió al fracaso de la pretendida paz por separado con Rusia (…) y a no haber dado resultado alguno el reclutamiento de voluntarios. El alistamiento no solo no encontró la menor ayuda por parte del clero, sino que tropezó con una franca resistencia”.


Los resultados del programa Hindenburg de rearme impulsado a finales del año anterior estaban siendo mediocres hasta la fecha, por los estrangulamientos empresariales, laborales y burocráticos que bloqueaban el incremento, y sobre todo la distribución  ( por la sobrecarga del material rodante ) de los productos elaborados. Pese a ello, había aumentado la cantidad de armamento disponible.

DOCUMENTOS: VALORACIÓN DEL" PROGRAMA HINDENBURG" POR SU PROMOTOR 

Todas estas circunstancias transformaron el ambiente a mediados de junio. Entonces el teniente coronel Haeften abogó por una “ofensiva política” sobre Inglaterra para buscar alguna clase de entendimiento. Hindenburg advirtió al canciller que la guerra se prolongaría, porque los Aliados “contaban con el colapso de Alemania y sus socios antes de de que se produjera el suyo. Quizás lo esperan mediante una victoria militar en tierra, pero sobre todo lo esperan de causas económicas y políticas internas, esto es, por la escasez de alimentos y materias primas, disensión, descontento, y la victoria de radicales socialistas alemanes. Basan este cálculo en el declive de nuestra moral, los crecientes sentimientos internacionalistas, nuestra situación alimentaria y el deseo de paz que desafortunadamente es proclamado desde muchos lados”.

Y una apreciación profética, que se cumpliría dos años después: “ un fortalecimiento de nuestro espíritu interno sería el camino más rápido para convencer a nuestros enemigos de que prolongar la vida pondría en peligro su modo de vida hasta el punto de su destrucción. Por otra parte, todo lamento sobre expectativas frustradas, todo signo de agotamiento y suspiro por la paz por parte nuestra y de nuestros socios, cualquier conversación sobre la posibilidad de sobrevivir a la siguiente campaña de invierno, puede solamente asegurar la prolongación de la guerra”.

Bethmann estaba en sintonía con mantener a toda costa la determinación del pueblo alemán. Ha finales de junio el canciller recibió al nuncio papal, Monseñor Pacelli ( el futuro Papa Pío XII ) que le entregó una carta del Papa Benedicto XV para el káiser, ofreciendo una mediación de paz. Pacelli interrogó a su interlocutor sobre cuales serían los términos de negociación aceptables, sobre todo respecto a Bélgica y Alsacia-Lorena. Bethmann, extraoficialmente, indicó que Bélgica podría recuperar su soberanía siempre y cuando no basculara posteriormente hacia los Aliados. Estaba dispuesto a tratar bilateralmente con Francia respecto a Alsacia-Lorena, y dejó caer que la caótica Rusia revolucionaria no era un interlocutor válido.

Parecía abrirse una vía para la mediación papal, pero Bethmann ya estaba completamente aislado dentro y fuera de su país, y tenía políticamente las horas contadas. Sus gestiones eran  cada vez más nerviosas y contradictorias, intentando en vano complacer a todas las partes sin satisfacer  a ninguna.  Hindenburg y Ludendorff lo consideraban un obstáculo en sus planes de movilización total y de potenciación de la voluntad inexorable de lucha. Elementos del mundo empresarial, de los políticos del Reichstag y del entorno del káiser, y la mayoría de la oficialidad del ejército, lo calificaban de irresoluto y poco fiable.



La agudización de las divisiones en el Reichstag también contribuyeron al desgaste del canciller. En ese foro resonaban quejas como las de Gustav Hoch: “ Hemos agotado nuestro vigor. Estamos al filo de la revolución (…) la confianza en el gobierno se ha desvanecido, y no puede ser resucitada”.

Palabras que coincidieron con los primeros y premonitorios disturbios en la flota: entre el 6 y el 19 de junio hubo quejas entre la marinería del acorazado "Prinzregent Luitpold", aparentemente por las raciones, aunque subyacía cierta agitación de tono político. Se declaró una huelga de hambre seguida del rechazo a obedecer órdenes. El punto más grave llegó el 2 de agosto cuando 800 marineros se negaron a realizar sus quehaceres. Suprimidos con rapidez ( incluyendo una ejecución el 5 de septiembre ), fueron una advertencia ominosa .

El líder de los socialdemócratas, Friederich Ebert, solicitó una firme ofensiva de paz por parte del gobierno, y reformas electorales que proporcionaran a Alemania una constitución parlamentaria. El líder del Zentrum, Erzberger, cambió su punto de vista y se alineó con los socialdemócratas. Hollweg se opuso a este frente parlamentario de “mayoría por la declaración de paz”, porque la consideraba absolutamente inoportuna.

El ministro de la Guerra, Von Stein, pidió a Hindenburg que presionara al káiser para que pusiera término a semejante estado de cosas. El mando militar tachaba de confusos e inadmisibles estos movimientos en el Reichstag, al desconcertar a la opinión pública. El que Bethmann terminase plegándose a la resolución aumentó las suspicacias. Hindenburg remitió un mensaje al káiser “[ la resolución] debe considerarse como una paz de renuncia. Debo ofrecer las más serias objeciones a semejante declaración, puesto que la misma intensificará el desasosiego existente en el ejército y será interpretada como una señal de debilidad interna en el momento actual”.

FOTO. HERMANN VON STEIN, MINISTRO DE LA GUERRA ALEMÁN ( PRUSIA ) DESDE EL 29 DE OCTUBRE DE 1916.

Al mismo tiempo, el Kronprinz adoptó la medida sin precedentes de entrevistarse en su palacio con líderes del Reichstag contrarios al canciller. Justificado con ese respaldo, el Kronprinz señaló al káiser que Bethmann estaba desacreditado en todos los estamentos de poder y debía abandonar su puesto.

La ruptura se consumó cuando Bethmann presentó directamente el proyecto de resolución a Guillermo II. Cuando este informó al OHL en Kreuznach, Hindenburg y Ludendorff amagaron con la dimisión de todo el Estado Mayor. En un postrer recurso por reconducir la crisis el káiser pidió a Hindenburg y Ludendorff que viajaran a Berlín y dialogaran  con Bethmann para intentar solventar las diferencias.

El cara a cara ni siquiera tuvo lugar. Bethmann estimó que ya había perdido la partida, porque estaba completamente aislado en el Reichstag y juzgaba que el sistema constitucional bismarckiano había naufragado en los avatares de la guerra. El káiser aceptó la renuncia el 14 de julio de 1917, no sin temer que este paso  significaba conceder la definitiva supremacía  a Ludendorff, al que comunicó personalmente la noticia.

Aunque Bethmann consideraba los hechos que habían conducido a su salida del puesto como indignantes no pudo disimular el alivio de liberarse de su pesada carga “de hecho, siento una serenidad en el alma que no había experimentado en muchísimos años

La lista de posibles sucesores era variada. El príncipe Von Bülow, antiguo canciller en la primera década del siglo, candidato de Hindenburg, desagradaba al káiser debido a  desencuentros previos. El conde Hertling, ministro de Baviera, avalado por el canciller saliente, prefirió inhibirse de la competición alegando su elevada edad. Von Valentini proponía a Bernstorff, el ex-embajador en Washigton, vetado por el OHL por su oposición a la guerra submarina. Se barajó el nombre del almirante Von Tirpitz, respetado pero con demasiados enemigos entre los políticos, aparte de la desconfianza de Ludendorff ante su enérgica personalidad.


FOTO. GEORG MICHAELIS, EL IMPROVISADO CANCILLER ESCOGIDO PARA REEMPLAZAR A BETHMANN-HOLLWEG

El general Plessen propuso a Georg Michaelis. Era un anciano devoto y gris, administrador concienzudo  en el ministerio prusiano de comercio, pero sin contactos en las altas esferas y ajeno a las claves de los tremendos desafíos internos y externos. Parecía no irritar a nadie, pero carecía de peso específico. No estaba verdaderamente enterado de las graves discordancias entre el OHL y el Reichstag. En la práctica, la designación de Michaelis certificaba el predominio de la primera institución sobre la segunda. Esto quedó de relieve en la conferencia convocada por Hindenburg y Ludendorff  con los líderes del Reichstag al día siguiente del nombramiento. El propósito esencial del encuentro era el rechazo a la resolución de paz “ puesto que podía ejercer una influencia adversa sobre el espíritu de las tropas y sobre la determinación del pueblo, mientras que el enemigo lo asumiría como una confesión de fragilidad”. Fue añadida una enmienda felicitando al ejército por sus valientes esfuerzos. Michaelis la presentó el 19 de julio ante el Reichstag, afirmando sin duda la necesidad de la paz…siempre que fuera enteramente favorable a Alemania.