20.8.17

LA SECUELA DE AMIENS: PRIMERA DUDA EN LA VOLUNTAD DE LUCHA ALEMANA

Fue la peor derrota que un solo ejército había sufrido durante la guerra” ( Von Lossberg)

El efecto del fracaso de la batalla de Amiens  se agudizó al conocerse el colapso de las divisiones y las capturas de sus planas mayores. Marwitz había solicitado urgentemente el auxilio de todas las unidades disponibles. Ludendorff ordenó a Hutier a lanzar todo lo que pudiera al sureste y noreste de Roye, y se le solicitó al príncipe Ruperto el envío de más divisiones al sur. Al  anochecer del día 8 al 9 de agosto el boquete central había sido cubierto, pero para entonces seis divisiones del II ejército habían dejado de existir.

El espíritu del alto mando disminuyó más todavía al día siguiente cuando los comandantes de división y los oficiales de combate comparecieron ante el Cuartel General para confirmar la magnitud del desastre. Ciertamente narraron  prodigios de valor, pero  a la vez Ludendorff tuvo que escuchar abochornado “también comportamientos, que abiertamente confieso, no habría creído posibles en el ejército alemán; cuando destacamentos de nuestros hombres se habían rendido a soldados aislados o meros pelotones. Las tropas en retirada al cruzarse con las divisiones de reserva que acudían con bravura a la acción, eran increpadas con expresiones como 'esquiroles' y 'prolongadores de la guerra', expresiones que se repitieron luego. Los oficiales en muchos lugares habían perdido su influencia”. Ante semejantes noticias, Ludendorff autorizó una retirada parcial durante la noche del 9 al 10 de julio de agosto. En una cita con el Káiser el 10 agosto Ludendorff admitió que “hemos sufrido una severa derrota (…) especialmente alarmante es que el espíritu marcial de algunas divisiones dejaba mucho que desear (…) el fracaso del II ejército el 8 de agosto no puede ser atribuido al agotamiento de nuestras divisiones”.

FOTO. OFICIALES ALEMANES DEL II EJÉRCITO CAPTURADOS POR LOS CANADIENSES EN AMIENS

Se planteaba una disyuntiva: retirarse y reponer fuerzas, o aguardar y luchar. El comandante alemán eligió la última opción. El coronel Von Haeften, que estaba junto a Ludendorff le relató al futuro canciller Max von Baden: “aparentemente calmado, pero muy serio (…) no era la pérdida de terreno o la superioridad del tanque lo que le preocupaba (…) lo que deprimía al general era que había perdido confianza en la moral de sus tropas, el elemento indispensable en la victoria.

El día 13 de agosto se celebró en Spa una reunión más formal entre la dirección militar con el canciller Hertling y el ministro de exterior Von Hintze. Ludendorff cuenta: “Nos expresamos clara y precisamente, que no estábamos en la posición de ganar la guerra militarmente, pero que esperábamos sostenernos en Francia. Von Hintze concluyó que nuestras intenciones debían dar paso a negociaciones de paz (…) de nuevo me referí a la cuestión se la situación de los reemplazos (de tropas) tan frecuentemente tratada, y señalé el daño de la propaganda enemiga".


Hintze informó del resultado de las conversaciones al Káiser en la audiencia real del 14 de agosto, y de la asunción de una nueva postura defensiva estratégica para desgastar al enemigo. Esto significaba un cambio en el papel de la diplomacia. También transmitió  la esperanza de Von Hindenburg de poder retener el suelo francés, que serviría para someter la voluntad del adversario. Guillermo II propuso que Hintze buscara la mediación de Alfonso XIII y de la reina de Holanda. El canciller Hertling asimismo esperaba que algún triunfo aislado amansara las aguas en el frente Occidental. En declaraciones posteriores, ciertos testigos como Von Haeften o el barón Von Lersner acusaron a los dirigentes del OHL de no haber sido suficientemente tajantes con los políticos para que abriesen un canal de comunicación directa con los Aliados en agosto, cuando la situación del frente aún estaba equilibrada.
                                                      FOTO. EL CANCILLER HERTLING

Los Aliados no dieron el anhelado respiro.  Espoleados por las exigencias del mariscal en jefe Foch y estimulados por la presencia de 19 grandes divisiones norteamericanas (5 apoyando a los británicos y 3 a los franceses) su actividad continuó. Aprovechando las secuelas de la batalla de Amiens el 3º ejército francés de Humbert presionó hasta el día 16 de agosto. El 10º ejército de Mangin le tomó el relevo avanzando contra Soissons a partir del día 17 de agosto. El día 20 de agosto cayeron las alturas del Aisne  con la rendición de 8.000 alemanes.

Al día siguiente el 3º ejército británico con 200 tanques asaltó las posiciones enemigas en Albert, que fue tomada el día 22 de agosto; estas circunstancias las aprovechó el 4º ejército británico de Rawlinson para entrar en liza, recibiendo el premio de la recuperación de Bapaume el día 29 del mes; y más el norte el 1º ejército británico de Horne tanteaba la carretera Arrás Canmbrai con éxito suficiente: el día 2 de septiembre los australianos bajo su mando entraban en Peronne.
Todas las ganancias obtenidas por los alemanes en la ofensiva de primavera se estaban esfumando rápidamente, y lo que era peor, en algunos puntos, como entre Drocourt y Queant, una fuerza combinada de británicos y canadienses usando 59 tanques logró la primera ruptura de la línea Hindenburg en un segmento de 8 kilómetros entrando en zonas que habían estado ocupadas desde agosto de 1914.

Los alemanes comprobaron espantados como el adversario empezaba a utilizar contra ellos la misma táctica de las ofensivas escalonadas que tan buen resultado les había proporcionado en las operaciones de la primavera. Ahora eran sus reservas las que se veían obligadas a “bailar” a toda prisa desde un punto amenazado hasta el siguiente lugar donde caía el ataque, mientras los Aliados explotaban su ventaja de concentración masiva inicial que les proporcionaba éxitos seguros. El resultado fue que desde mediados de agosto, lenta pero inexorablemente, los Aliados estaban limando toda la línea del frente enemiga.