Despues de la conquista rusa del Asia Central a finales del siglo XIX se produjo allí una afluencia constante de colonos rusos. En 1911 el 40% de la población de los “oblast” o regiones
ubicadas en la estepa kazaja, a saber: Uralsk, Turgai, Akmolinsk y
Semipalatinsk, era de ascendencia eslava. Al sur del lago Baljash, en el
“oblast” de Semirichie, suponían el 20%. En contraposición, en la misma
fecha en el Turquestán propiamente dicho solo el 4% era de origen
eslavo, casi todos residentes en ciudades.
Otros destacados cambios a partir de la conquista rusa fueron la creciente extensión del cultivo de algodón, suministrando hacia 1914 la mitad de las necesidades de la industria textil del imperio. La mejora continuada de las comunicaciones, como la construcción del ferrocarril Oremburg-Tashkent reforzó esta tendencia abaratando la distribución del algodón local y permitiendo la compra de cantidades notables de alimentos de Ucrania y Siberia. Sectores tradicionales como la ganadería, la seda o la horticultura también experimentaron una creciente revitalización.
Las consecuencias de la Primera Guerra Mundial se hicieron sentir agudamente entre estas poblaciones abocadas al descontento con anterioridad por el proceso de colonización.
El aumento de las cargas impositivas, el alza de los precios debido al fallo de algunas fuentes productivas y también por el incremento del circulante por la emisión desmedida de papel moneda para financiar los gastos extraordinarios del estado, terminaron por desatar el malestar entre los musulmanes, ya muy molestos por las requisas de ganado (caballos, camellos, ovejas ) y medios de transporte.
Aunque la instalación de colonos se paralizó, se produjo una afluencia de refugiados procedentes de la parte europea en pésimas condiciones y desde un principio el Turquestán y la estepa kazaja también fueron usados para la instalación de campos de concentración de prisioneros de guerra alemanes y, sobre todo, austrohúngaros, 225.000 de los cuales se recibieron después de la gran victoria rusa en Lemberg en septiembre de 1914. Tanto refugiados como cautivos sufrieron el azote de las epidemias y la escasez, calculándose la pérdida de 40.000 vidas entre los austrohúngaros.
Pero el verdadero detonante del malestar vendría de la mano del decreto imperial del 25 de junio de 1916. Acuciadas por las dramáticas bajas acumuladas de soldados en los dos años anteriores y las demandas de la inminente ofensiva Brusilov, las autoridades zaristas decidieron derogar la tradicional exención de servicio militar de los musulmanes del Asia Central y establecer un sistema de reclutamiento en batallones de trabajo. Se esperaba conseguir 500.000 reclutas entre los 19 y los 43 años. Si bien su misión no sería de combate y solo debía consistir en obras de fortificación y reparación de vías de comunicación a la retaguardia de los frentes ( y esta intención seguramente era sincera, conociendo la arraigada repugnancia de las autoridades a inculcar métodos actualizados de entrenamiento militar a los nativos islámicos ) la medida exasperó los ánimos de los habitantes. Desplegada asimismo improvisadamente y ejecutada con rudeza, provocó primero una oleada de protestas y motines después. En Tashkent las protestas agresivas solo fueron reducidas después 36 ejecuciones. Con todo la peor situación se dio en Semirechie, donde los disturbios dieron paso a un levantamiento declarado.
Los nómadas kazajos y kirguises de la zona, que habían conservado más intactas sus tradiciones guerreras que otros grupos, efectuaron una feroz matanza sobre 3.000 campesinos rusos y sus familias. Las contadas fuerzas del ejército y los grupos paramilitares improvisados entre los colonos lanzaron una ola de contrarrepresalias generalizadas para prevenir la extensión de la sublevación. Se estima que varias decenas de miles de musulmanes fueron asesinados o deportados a Siberia, y unos 300.000 huyeron buscando refugio entre sus correligionarios del Turquestán chino ( Dzungaria y Sikiang ).En penosas condiciones atravesaron las montañas de Tien Shan por el paso Bedel. Los supervivientes tuvieron que pagar en metálico o en especie a los funcionarios chinos de fronteras para lograr el permiso de entrada. El cónsul ruso en Khasgar calculaba en 100.000 los refugiados que habían buscado asilo solo en esa localidad. Estos pavoroso sucesos son todavía hoy conocidos entre los kirguises como “Urkun” ( el Éxodo )
Exiliados musulmanes en Europa denunciaron públicamente los hechos en el Congreso de las Nacionalidades de Lausana durante esas mismas fechas. Alarmado por la evolución de los acontecimientos y tal vez temiendo que agentes secretos del imperio turco estuviesen azuzando el movimiento rebelde para debilitar el esfuerzo militar ruso, las autoridades zaristas nombraron gobernador al general A. N. Kuropatkin en agosto, con la misión de impedir el contagio de la rebelión al conjunto del Turquestán.
EL GENERAL KUROPATKIN
Este conocía el territorio y sus peculiaridades desde su anterior etapa como de gobernador. Se mostraba partidario de la centralización de las funciones en sus manos, en claro detrimento del papel de las agencias estatales a las que imputaba torpeza y resoluciones confusas, adoptando un estilo paternalista. Aunque decidido a aplastar a los musulmanes revoltosos y aceptando la primacía de las necesidades de los colonos eslavos, tenía claro que era preciso adoptar una actitud ecuánime. En una de sus cartas decía: “tomar vigorosas medidas para proteger a kirguises desarmados que habían ya declarado su lealtad y no habían tomado nunca parte en el alzamiento (…) la ruina de la población kirguiz no es el interés del gobierno ruso”. Esto era tanto mas importante debido a la onda de miedo que se extendió por el valle de Fergana entre los habitantes rusos en el invierno de 1916-17, que amenazaba en desbordarse en estallidos de “agresiones preventivas”.
Fue declarada la ley marcial ( que también se extendió al Caucaso). Aplicando medidas draconianas tanto a los nativos como a los colonos armados, Kuropatkin logró aplacar la situación, en una especie de tregua inestable. Curiosamente algunos prisioneros austrohúngaros fueron alistados para estos menesteres, en una especie de papel arbitral.
La insurrección también había tenido graves consecuencias económicas: aparte de los destrozos, en el verano de 1916 la cosecha descendió a la mitad de la recogida en 1914, al dislocar la participación de la mano de obra local, con la consiguiente extensión de la penuria, al tiempo que cuadrillas de soldados incontrolados se dedicaban a confiscar arbitrariamente el grano para aprovisionarse. Los jefes de los colonos de Semirichie, Shkapsky y Timishpaev se erigieron en vociferantes portavoces de 10.000 propietarios rusos que reclamaban indemnizaciones por las pérdidas sufridas, cada vez más hostiles a la política contemporizadora de Kuropatkin. A finales de año la situación parecía algo más calmada, aunque algunos oficiales rusos reconocían que desplazarse sin acompañamiento armado de cosacos era aventurado.
El estallido de la revolución de marzo de 1917, fue bien acogido por los colonos, que configuraron un comité del Turquestán y soviets constituidos en las ciudades. Transfirieron inmediatamente su lealtad y esperanzas a la renovada Duma y al gobierno provisional. Rápidamente depusieron y apresaron a Kuropatkin y lo enviaron de regreso a Petrogrado.
Por otro lado, el descontento en Georgia por el reclutamiento y la participación forzosa en un grave conflicto percibido como ajeno hizo aumentar el descontento en esa zona del Imperio Ruso. Se había formado un Comité Independiente de Georgia gracias a exiliados y estudiantes residentes en las Potencias Centrales dirigidos por Petro Surguladse. Estableció su sede en Berlín pero también delegaciones en Turquía
A mediados de 1915 fue fundada la Legión Georgiana con personal capaado en los campos de prisioneros turcos tras los primeros combates en el Cáucaso y la Armenia turca. Reunió unos 15.000 voluntarios agregados al 3º ejército turco, bajo la dirección del general georgiano Leo Kereselidze y el oficial alemán Horst Schliephack. En 1916 fue desplegada en los montes al este de Tirebolu y la costa del mar Negro. A principios del año siguiente la lucha contra los rusos se desplazó más al oeste, hasta la zona de Giresun.
Otros destacados cambios a partir de la conquista rusa fueron la creciente extensión del cultivo de algodón, suministrando hacia 1914 la mitad de las necesidades de la industria textil del imperio. La mejora continuada de las comunicaciones, como la construcción del ferrocarril Oremburg-Tashkent reforzó esta tendencia abaratando la distribución del algodón local y permitiendo la compra de cantidades notables de alimentos de Ucrania y Siberia. Sectores tradicionales como la ganadería, la seda o la horticultura también experimentaron una creciente revitalización.
Las consecuencias de la Primera Guerra Mundial se hicieron sentir agudamente entre estas poblaciones abocadas al descontento con anterioridad por el proceso de colonización.
El aumento de las cargas impositivas, el alza de los precios debido al fallo de algunas fuentes productivas y también por el incremento del circulante por la emisión desmedida de papel moneda para financiar los gastos extraordinarios del estado, terminaron por desatar el malestar entre los musulmanes, ya muy molestos por las requisas de ganado (caballos, camellos, ovejas ) y medios de transporte.
Aunque la instalación de colonos se paralizó, se produjo una afluencia de refugiados procedentes de la parte europea en pésimas condiciones y desde un principio el Turquestán y la estepa kazaja también fueron usados para la instalación de campos de concentración de prisioneros de guerra alemanes y, sobre todo, austrohúngaros, 225.000 de los cuales se recibieron después de la gran victoria rusa en Lemberg en septiembre de 1914. Tanto refugiados como cautivos sufrieron el azote de las epidemias y la escasez, calculándose la pérdida de 40.000 vidas entre los austrohúngaros.
Pero el verdadero detonante del malestar vendría de la mano del decreto imperial del 25 de junio de 1916. Acuciadas por las dramáticas bajas acumuladas de soldados en los dos años anteriores y las demandas de la inminente ofensiva Brusilov, las autoridades zaristas decidieron derogar la tradicional exención de servicio militar de los musulmanes del Asia Central y establecer un sistema de reclutamiento en batallones de trabajo. Se esperaba conseguir 500.000 reclutas entre los 19 y los 43 años. Si bien su misión no sería de combate y solo debía consistir en obras de fortificación y reparación de vías de comunicación a la retaguardia de los frentes ( y esta intención seguramente era sincera, conociendo la arraigada repugnancia de las autoridades a inculcar métodos actualizados de entrenamiento militar a los nativos islámicos ) la medida exasperó los ánimos de los habitantes. Desplegada asimismo improvisadamente y ejecutada con rudeza, provocó primero una oleada de protestas y motines después. En Tashkent las protestas agresivas solo fueron reducidas después 36 ejecuciones. Con todo la peor situación se dio en Semirechie, donde los disturbios dieron paso a un levantamiento declarado.
Los nómadas kazajos y kirguises de la zona, que habían conservado más intactas sus tradiciones guerreras que otros grupos, efectuaron una feroz matanza sobre 3.000 campesinos rusos y sus familias. Las contadas fuerzas del ejército y los grupos paramilitares improvisados entre los colonos lanzaron una ola de contrarrepresalias generalizadas para prevenir la extensión de la sublevación. Se estima que varias decenas de miles de musulmanes fueron asesinados o deportados a Siberia, y unos 300.000 huyeron buscando refugio entre sus correligionarios del Turquestán chino ( Dzungaria y Sikiang ).En penosas condiciones atravesaron las montañas de Tien Shan por el paso Bedel. Los supervivientes tuvieron que pagar en metálico o en especie a los funcionarios chinos de fronteras para lograr el permiso de entrada. El cónsul ruso en Khasgar calculaba en 100.000 los refugiados que habían buscado asilo solo en esa localidad. Estos pavoroso sucesos son todavía hoy conocidos entre los kirguises como “Urkun” ( el Éxodo )
Exiliados musulmanes en Europa denunciaron públicamente los hechos en el Congreso de las Nacionalidades de Lausana durante esas mismas fechas. Alarmado por la evolución de los acontecimientos y tal vez temiendo que agentes secretos del imperio turco estuviesen azuzando el movimiento rebelde para debilitar el esfuerzo militar ruso, las autoridades zaristas nombraron gobernador al general A. N. Kuropatkin en agosto, con la misión de impedir el contagio de la rebelión al conjunto del Turquestán.
EL GENERAL KUROPATKIN
Este conocía el territorio y sus peculiaridades desde su anterior etapa como de gobernador. Se mostraba partidario de la centralización de las funciones en sus manos, en claro detrimento del papel de las agencias estatales a las que imputaba torpeza y resoluciones confusas, adoptando un estilo paternalista. Aunque decidido a aplastar a los musulmanes revoltosos y aceptando la primacía de las necesidades de los colonos eslavos, tenía claro que era preciso adoptar una actitud ecuánime. En una de sus cartas decía: “tomar vigorosas medidas para proteger a kirguises desarmados que habían ya declarado su lealtad y no habían tomado nunca parte en el alzamiento (…) la ruina de la población kirguiz no es el interés del gobierno ruso”. Esto era tanto mas importante debido a la onda de miedo que se extendió por el valle de Fergana entre los habitantes rusos en el invierno de 1916-17, que amenazaba en desbordarse en estallidos de “agresiones preventivas”.
Fue declarada la ley marcial ( que también se extendió al Caucaso). Aplicando medidas draconianas tanto a los nativos como a los colonos armados, Kuropatkin logró aplacar la situación, en una especie de tregua inestable. Curiosamente algunos prisioneros austrohúngaros fueron alistados para estos menesteres, en una especie de papel arbitral.
La insurrección también había tenido graves consecuencias económicas: aparte de los destrozos, en el verano de 1916 la cosecha descendió a la mitad de la recogida en 1914, al dislocar la participación de la mano de obra local, con la consiguiente extensión de la penuria, al tiempo que cuadrillas de soldados incontrolados se dedicaban a confiscar arbitrariamente el grano para aprovisionarse. Los jefes de los colonos de Semirichie, Shkapsky y Timishpaev se erigieron en vociferantes portavoces de 10.000 propietarios rusos que reclamaban indemnizaciones por las pérdidas sufridas, cada vez más hostiles a la política contemporizadora de Kuropatkin. A finales de año la situación parecía algo más calmada, aunque algunos oficiales rusos reconocían que desplazarse sin acompañamiento armado de cosacos era aventurado.
El estallido de la revolución de marzo de 1917, fue bien acogido por los colonos, que configuraron un comité del Turquestán y soviets constituidos en las ciudades. Transfirieron inmediatamente su lealtad y esperanzas a la renovada Duma y al gobierno provisional. Rápidamente depusieron y apresaron a Kuropatkin y lo enviaron de regreso a Petrogrado.
Por otro lado, el descontento en Georgia por el reclutamiento y la participación forzosa en un grave conflicto percibido como ajeno hizo aumentar el descontento en esa zona del Imperio Ruso. Se había formado un Comité Independiente de Georgia gracias a exiliados y estudiantes residentes en las Potencias Centrales dirigidos por Petro Surguladse. Estableció su sede en Berlín pero también delegaciones en Turquía
A mediados de 1915 fue fundada la Legión Georgiana con personal capaado en los campos de prisioneros turcos tras los primeros combates en el Cáucaso y la Armenia turca. Reunió unos 15.000 voluntarios agregados al 3º ejército turco, bajo la dirección del general georgiano Leo Kereselidze y el oficial alemán Horst Schliephack. En 1916 fue desplegada en los montes al este de Tirebolu y la costa del mar Negro. A principios del año siguiente la lucha contra los rusos se desplazó más al oeste, hasta la zona de Giresun.
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